Profesora Lorenza nos ha mandado escribir una redacción para el lunes. Tenemos que contar una cosa bonita que nos haya pasado. Lo más bonito que he visto hoy es el pelo de Ottilia. Su pelo es rubio y largo como el río, pero más quieto. El río siempre se mueve y a veces es de color gris, y a veces de color azul, sobre todo los días soleados. A padre no le gusta el color gris y pinta el pelo de Ottilia de color rojo. Un día estuvo tres horas sentada en una silla mientras padre la pintaba y al final lloró porque no podía más y papa la abrazó y le dijo que lo había hecho muy bien. El pelo de Ottilia es ondulado y es una de mis cosas preferidas. Ottilia es muy tímida con los otros chicos, pero le gusta mucho jugar con Diego y conmigo. Jugamos al escondite mientras madre cocina y padre pinta en el estudio. Bruno aún no puede jugar porque es demasiado pequeño y le haríamos daño. Cuando Diego lo coge en brazos mama lo riñe. Mama nos quiere mucho, pero a veces también se enfada. Si volvemos de la escuela y dejamos la puerta abierta, grita y nos tira de las orejas. Entonces Diego llora y mama le da chocolate. A él siempre le da chocolate porque llora. Yo, como soy mayor y más valiente, no lloro, como Gennaro, que es el chico más valiente del colegio porque saltó al río y salvó a la señora Orazia. El marido de la señora Orazia es malo y por las noches se va de casa. Mama dice que esto no se tiene que hacer, que no está bien, que después todo el pueblo se entera y la señora Orazia pasa vergüenza. ¿Por qué tendría que pasar vergüenza, si el que hace cosas feas es su marido? El señor Attilio perdió un brazo en un alud y desde entonces se le ve más triste. En Stampa todos saben que el señor Attilio serraba árboles y vendía leña a la gente, pero después del accidente dejó de hacerlo. No le deseo un accidente así a nadie. Antes el señor Attilio siempre sonreía y ahora está triste, pero esto no es una cosa bonita. Ni la noche tampoco. De noche los niños dormimos porque pasan cosas raras y así no las vemos. Me lo contó alguién, pero no puedo decir quién. Me dijo: si dices mi nombre en la redacción no volveré a ser tu amigo. Pues, mira… ¡No diré tu nombre! Así no te enfadarás y yo podré seguir escribiendo cosas bonitas. Quizás la alegría se encuentra en los brazos y, por eso, cuando te quedas sin brazos te vuelves triste como el señor Attilio.
Papá tiene la alegría en los ojos. Con los ojos mira el mundo y lo pinta. Un jarrón, una manzana, las montañas nevadas, mamá en el jardín. Cuando padre pinta, levanta el pincel con una mano y gira el color de las flores. Si una flor es roja, él la pinta amarilla. En mi habitación hay un cuadro con la hierba de color naranja. Cuando Francesco viene a casa y ve el cuadro de la hierba, ríe. ¡La hierba no es naranja!, se queja, en voz baja, para que mamá no lo escuche. ¿Quién ha visto nunca un campo de color naranja? También se ríe de mi pelo rizado, pero solo lo hace para hacerse el gracioso. En el fondo me quiere, si no no querría sentarse a mi lado en clase. Pero esto usted ya lo sabe, profesora. Francesco y yo nos sentamos juntos desde tercero. A veces, cuado pinta, papá hace gestos divertidos con los dedos. Los pone delante de las cosas y cierra el ojo derecho y pone cara de concentración. Entonces el estudio se vuelve un prado silencioso. Un silencio ancho y fuerte que hace que todo vaya más lento. Solo se escucha el río y el ruido del pincel sobre la tela. Entonces miro las manos de padre, finas y grandes. Una de mis cosas preferidas de escribir es buscar sinónimos en el diccionario, así puedo escribir frases como esta. Poner comas no me gusta y a veces me equivoco y no las pongo bien. Los puntos son una pausa más larga. Los puntos y aparte son para cambiar de tema. ¿Quizás ahora tendría que usar uno? Pero tengo la impresión que todos los temas son el mismo, que una frase te lleva a la otra y que todas se van ligando, como en la danza que bailan las abuelas del pueblo. ¿Dónde empieza un tema? ¿Dónde termina? Es un problema difícil de solucionar. Más difícil que jugar al ajedrez, como tío Augusto, que gana todas las partidas. Pierdo mucho tiempo buscando sinónimos en el diccionario, y entonces me olvido de qué quería hablar. Tenemos que hablar de cosas bonitas.
Las manos de padre son finas y se mueven en el aire como dos pájaros negros. Papá dice que el corazón de la pintura no son los ojos, sino las manos. No sabía que la pintura también tenía corazón. Seguramente el corazón de la pintura de padre no es de color rojo, como el que pintamos en la escuela. Debe ser de color marrón como las paredes de la iglesia. El otro día vi un corazón de vaca colgando de un garfio en la carnicería de Toto. Me asustó mucho, porque no era rojo, sino más bien lila, casi azul, y no tenía forma de corazón. Parecía una cara de zorro vista de lejos.
El tema de mi redacción podría ser las manos de padre. A veces le llamo padre, y a veces papá. Es para no usar siempre la misma palabra. Sería como usar el mismo color para todos los cuadros. Un pintor que hiciera esto sería muy aburrido. Papá es un pintor alegre. Ya no sé qué más decir de las manos. Cuando sea mayor me gustaría que las mías fueran tan bonitas y listas como las de papá. Me gustaría tener unas manos que hicieran cosas bonitas. No es tan fácil, dice padre. Pintar no es tan fácil. Papá aprendió en Múnich, como Cuno. Cuno es el mejor amigo de papá. Cuando viene de visita nos trae caramelos y bizcochos, pero solo viene una o dos veces al año porque vive muy lejos, al otro lado de las montañas.
¡Ah, las montañas! A veces, cuando hace buen tiempo, antes de ir a la cama, mamá nos lee poemas. Los poetas siempre usan exclamaciones, dice mamá. Los poetas declaman. El poeta preferido de mamá se llama Nietzsche, que es un nombre que suena a tormenta. He tenido que releerlo cinco veces antes de escribirlo. El señor Nietzsche vio morir un caballo cerca del lago Silvaplana y se volvió loco. Debían de gustarle mucho los caballos. Encontrarse un caballo muerto no debe ser agradable. ¿De qué color tienen la sangre, los caballos? Pero yo quería hablar de las montañas. La cosa más bonita que me ha pasado este año ha sido paseando por la montaña. Era julio y mis primos de Lugano estaban de visita. Son mayores que yo y también se ríen de mi pelo, pero ellos se ríen de verdad, no como Francesco, que es mi amigo. Giacomo tiene quince años y tiene la cara llena de granos rojos. Giovanni es dos años más pequeño y siempre lo imita. Es como su secuaz. Hace todo lo que le dice Giacomo. Los odio. Mamá y tía Lucia habían preparado un cesto con bocadillos y nos fuimos al bosque. Cuando llevábamos un rato andando, mis primos empezaron a lanzarme ramas y hojas a la cabeza. Mamá y tía Lucía iban delante, hablando de sus cosas. Como nadie me ayudaba, y Diego es demasiado miedica para luchar, me escapé. Corrí bosque abajo, sin mirar atrás, hasta que los perdí de vista. De repente estaba solo, rodeado de árboles y rocas. Los árboles eran tan altos que casi no se veía el cielo. Mi corazón latía muy rápido y estaba asustado. Me quedé quieto. Los pájaros cantaban. El miedo era cada vez más pequeño. Entonces vi una mesa entre los árboles. Era una piedra como una mesa. Como la mesa que tiene el capellán en la iglesia, pero sin patas. La mesa donde reza el capellán. Ahora no me acuerdo cómo se escribe y no quiero preguntárselo a mamá porque si no lo sé se enfadará. Me acerqué a la mesa y tenía agua. Un agujero de agua. Veía mi cara reflejada, como en el espejo del lavabo. Un agua verde, llena de larvas y mosquitos. Me imaginé que hundía la mano en el agua y me dio mucho asco. Alguien se había olvidado aquella mesa vieja en medio del bosque. Y llegó una libélula. Me gusta esta palabra. Es como si saltara. Eles en la lengua. Una libélula con las alas brillantes y de muchos colores, con la cola afilada. Y la libélula volaba cerca del agua, sin tocarla, y los rayos de sol la atravesaban, y los pájaros seguían cantando. Después llegó mamá, que lloraba mucho, y me abrazó, y se quedó conmigo mirando las alas de la libélula, que volaba sobre el agua, como un triángulo de luz.
Alberto Giacometti, 25 de septiembre de 1910
Gabriel Ventura is a poet and writer. His latest books are W (2017), Apunts per a un incendi dels ulls (2020), La nit portuguesa (2021) and Passió i Cartografia per a un incendi dels ulls (2022).